¿Por qué no te callas?

Esta famosa frase que le dirigió el Rey al presidente de Venezuela, es la que me digo a mi mismo muchas veces cuando estoy manteniendo una conversación y, en lugar de escuchar para entender y comprender perfectamente todo lo que me dice mi interlocutor, hago continuas intervenciones que distorsionan el entendimiento de lo que debería estar escuchando.

Desde mis comienzos profesionales, he venido oyendo de manera constante y repetitiva una serie de conceptos que debemos poner en práctica en nuestra relación con las personas. Uno de ellos es la escucha. Recién salido de la Universidad y con la mente, todavía, sin contaminar, pensaba: “qué tontería, con lo fácil y simple que es escuchar”. Entonces no era consciente de que la complejidad del ser humano complica las cosas mucho más allá de lo estrictamente necesario.

Efectivamente, las cosas son mucho más sencillas de como en realidad las planteamos. Si pensáramos mucho más en el otro y mucho menos en nosotros mismos, escuchar sería fácil. Lo que pasa es que lo complicamos porque en lugar de escuchar estamos pensando qué vamos a decirle, o qué consejo vamos a darle, o estamos juzgando lo que nos está diciendo, etc., etc., etc.

No obstante, aunque no la practicamos, la escucha ha sido y es una preocupación en las organizaciones. Una de las experiencias que he conocido, en una gran empresa, fue que, llevados por la convicción de lo importante que es escuchar a las personas, los órganos de dirección decidieron poner en marcha un macroproyecto en el que todo el mundo sería escuchado. Nuevamente se confundió escuchar con oír. Una cosa es ofrecer la posibilidad de que se oiga tu voz y otra muy distinta es que alguien te escuche y que tú te sientas escuchado.

La experiencia fue positiva porque, a través del proyecto, se detectaron situaciones que fueron solucionadas. Pero aquello estaba mucho más cerca de una encuesta de clima que de cualquier otra cosa. La gente no se sentía escuchada, simplemente atendida en la mejora de determinadas situaciones profesionales. Eso no es escuchar.

Escuchar es atender personalmente, no sólo al rol que desempeña, sino también y, fundamentalmente a la persona. Escuchar es ponerse en el lugar del otro poniendo los cinco sentidos para entender bien lo que nos está diciendo. Eso se consigue aprendiendo, internalizando la importancia y los beneficios de saber escuchar y modificando, consecuentemente, nuestros comportamientos en las conversaciones.

 

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