No hay buenos directivos que no sepan escuchar

Sin duda, -al igual que los padres quedan gratamente sorprendidos cuando su hijo empieza hablar-, los colegas quedan satisfechos cuando un joven directivo empieza a 523107_271539459596159_260840480666057_49320975_269869166_nhablar adecuadamente. Entra dentro de la normalidad.

A priori, parece que hablar es más relevante que escuchar. Y sin embargo, uno de los aspectos que realmente más se valora en un directivo es que sepa escuchar, mucho antes de que sepa hablar.

Como nos recuerda Johann Wolfgang von Goethe “hablar es una necesidad”. Y es que hablamos para ser escuchados ya que escuchar valida el hablar. Por tanto, el hablar efectivo solo se consigue si se escucha con igual efectividad.

Pero escuchar “es un arte”; y me sigo apoyando en Johann Wolfgang von Goethe.

Cuando decimos que el directivo debe saber escuchar no nos referimos  al fenómeno bilógico de oír. Escuchar implica comprender e interpretar lo que se nos dice. Y ahí es donde radica la mayor dificultad del directivo ya que, muchas veces, esta tan ocupado en pensar que va a contar o responder que no hace una pausa para asimilar e interpretar lo que realmente le están diciendo.

Este fenómeno me lo he encontrado bastantes veces en procesos de coaching de ejecutivos con un gran componente racional pero con escasas habilidades emocionales y una gran impaciencia.

Algunos prometedores directivos fallan en el desarrollo de sus responsabilidades ejecutivas por no saber escuchar y de este modo, no dar repuestas coherentes y que tengan en cuenta a su interlocutor. Tienen tendencia a precipitarse y juzgar las cosas antes de comprender profundamente el problema.

La clave para que un directivo (y cualquiera) sepa escuchar está en primero ayudarles a comprender desde una perspectiva racional y emocional; y después a ser comprendidos. Este principio es la clave de la comunicación interpersonal efectiva.

Para ello, hay que ayudar al directivo a que se centre en lo que se le dice desde lo racional y lo emocional; y luego, en que es lo que dice y como lo interpreta su interlocutor. El directivo debe practicar la escucha de su interlocutor (y de sí mismo), y antes de responder, permitirse el lujo de reflexionar e interpretar.

Es una cuestión de humildad y practica.

 

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